Vaclav Smil sostiene que una combinación adecuada de recetas económicas y técnicas ya bien conocidas y contrastadas, medidas de protección medioambiental y ajustes en la composición de la dieta puede proporcionar una nutrición adecuada a la próxima y más amplia generación sin deteriorar irreparablemente los sistemas naturales de soporte de la vida.
Las principales observaciones que permiten sostener dicho argumento son:
1- A escala mundial la disponibilidad de tierra cultivable no es todavía un factor absolutamente limitante aunque sí resulta apremiante la disponibilidad y el uso del agua, que se aproxima a una escasez global, con manifestaciones regionalmente muy agudas. El suministro de nitrógeno parece garantizado, aunque la alteración del ciclo de este nutriente supone problemas de contaminación muy difíciles de gestionar. La seguridad alimentaria puede verse amenazada por la extrema simplificación de los ecosistemas agrícolas que caracteriza a las técnicas de cultivo modernas, por lo que resulta necesario adoptar medidas que frenen la reducción de la diversidad de especies y la erosión genética intraespecífica.
2- Hay un relativo margen para frenar la degradación de los suelos por erosión, salinización y el empobrecimiento biológico resultante de la explotación agrícola intensiva, aunque el incremento de las concentraciones de ozono troposférico y, sobre todo, los efectos del calentamiento global pueden dificultar enormemente esta tarea.
3- Es posible mejorar significativamente la eficiencia en el uso del agua mediante sistemas descentralizados
de captación, técnicas de riego más ahorrativas, cultivo en determinadas zonas de plantas más resistentes a la salinidad y otras medidas; respecto a los fertilizantes Smil considera que la absorción de nitrógeno por las plantas podría ser mejorada en un 20 o 30% a través de una combinación de técnicas ya disponibles
4- Es posible seguir consumiendo alimentos de origen animal, aunque ese consumo debería ajustarse a lo obtenible a partir de rumiantes criados en pastos no aptos para el cultivo de plantas de consumo humano y a partir de animales que pueden mantenerse con una variada combinación de residuos orgánicos; a ello podría sumarse lo producido mediante acuicultura, siempre que ésta tuviera en cuenta restricciones ecológicas derivadas de la contaminación, la selección positiva de la resistencia a agentes patógenos y la notable ineficiencia en la conversión energética de algunas de las especies carnívoras más comerciales.
5) Las pérdidas que se producen durante las cosechas y después de ellas, así como las derivadas de la putrefacción del pescado, son muy elevadas (en algunos países llegan a alcanzar el 10% de la producción de cereales, el 25% de otros productos vegetales y proporciones incluso superiores de la pesca), de modo que el margen para mejorar los aprovechamientos es significativo.
6) Los cálculos habituales sobre necesidades de energía y proteínas podrían, tal vez, ajustarse a la baja sin comprometer el bienestar de las personas, tal vez incluso aumentándolo. Una conjetura que SmiI apoya en la extrema flexibilidad de los humanos como convertidores de la energía contenida en los alimentos y en la compleja combinación de factores diversos -edad, sexo, volumen del cuerpo, niveles de actividad física, condiciones ambientales y otros- que influye en el nivel de las necesidades.
7) La composición de la dieta se ha descompensado durante la modernización, pero podría volver a reajustarse: aunque una corriente poderosa, animada por la agroindustria y por los servicios de comida rápida, empuja en el sentido de un desequilibrio todavía mayor, diversas reacciones sociales ante problemas de obesidad y de mayor incidencia de enfermedades coronarias y de cienos tipos de cáncer se mueven en sentido contrario.
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