El primer intento de cuantificación monetaria de los servicios anuales prestados por los ecosistemas globales es el realizado por el equipo de Robert Constanza. Esta evaluación es presentada por sus autores como el punto de partida de un programa de investigación que divide la biosfera en dieciséis sistemas bióticos y valora los servicios proporcionados anualmente por cada uno de ellos, expresando dichas valoraciones en dólares USA de 1994. El valor estimado para los servicios de toda la biosfera (la mayor parte de los cuales está fuera del mercado) está en un rango de 16 a 54 billones de dólares-USA/año, con un promedio de aproximadamente 33 billones. El PIB mundial estaba entonces en torno a los 18 billones.
Los ecosistemas analizados son tanto marinos (mar abierto y sistemas costeros) como terrestres (bosques, praderas, zonas húmedas, lagos y ríos, tierras agrícolas y áreas biológicamente poco productivas sobre las que hay poca o ninguna información). Se consideran en él diecisiete servicios ambientales (bienes y funciones útiles): regulación de los gases que componen la atmósfera, regulación del clima, regulación de las perturbaciones, regulación de los ciclos hídricos, provisión de agua, control de la erosión y retención de sedimentos, formación de suelos, ciclo de nutrientes, tratamiento de residuos, polinización, control biológico, refugio, producción de alimentos, materias primas, recursos genéticos, recreo y valores culturales. La valoración de esos servicios en términos monetarios se hace sintetizando numerosos estudios previos, muchos de ellos locales o regionales, realizados ---en la medida en que muchos de los valores implicados son extramercamiles- de acuerdo con los diversos métodos existentes para abordar esta cuestión: coste de viaje, precios hedónicos, valoración de contingencias, etc. El estudio trata de poner de manifiesto que los servicios de los ecosistemas aportan una parte importante de la contribución toral al bienestar humano. En particular, apunta una vía para tener en cuenta adecuadamente los costes ambientales en los análisis coste-beneficio de los proyectos económicos. Insiste, también, en que hay que esperar que el valor de los servicios ambientales aumente a medida que van volviéndose más escasos. Añade que sus conclusiones sólo resultan aplicables a variaciones marginales en el balance entre los dos tipos de servicios, los de la economía y los de la naturaleza, dado que ambos son sólo parcialmente sustituibles (en el límite, el valor de los servicios naturales vitales es evidentemente infinito).
Las dificultades de este enfoque son numerosas. Entre otras, hay que registrar las siguientes: muchos servicios de la naturaleza no han sido aún suficientemente estudiados, las funciones de los ecosistemas muestran a menudo discontinuidades bruscas, la información es deficiente en la medida en que el número de estudios locales es limitado, etc. Las más importantes, seguramente, se refieren, por una parte, a las limitaciones inherentes a las técnicas de valoración monetaria de servicios externos al mercado (en muchos casos, las valoraciones se basan en la disposición -manifestada por los individuos en encuestas- a pagar por los servicios de los ecosistemas, lo que comporta muchas distorsiones relativas a la información y a la claridad de las preferencias) y, por otra, a la consideración de la biosfera, que es un sistema dinámico complejo, mediante una representación estática de ella (las estimaciones podrían cambiar radicalmente si los ecosistemas se modifican a través de umbrales y componamientos no lineales). Como consecuencia de las diversas fuentes de incertidumbre, los propios autores del estudio reconocen que es posible que nunca lleguemos a contar con una estimación muy precisa del valor económico de los servicios de la naturaleza.
Seguramente, la más conocida e influyente de las propuestas de modificar los esquemas de la contabilidad nacional para tener en cuenta de forma adecuada los costes sociales y ambientales del crecimiento sea la de Daly y Cobb. Parten de una crítica a la contabilidad económica corriente basada en que ésta no tiene en cuenta las contribuciones al bienestar humano del trabajo voluntario y del trabajo doméstico no remunerado, contabiliza como incremento de la riqueza los gastos destinados a compensar "males" (accidentes automovilísticos, delincuencia. etc.) y hace lo mismo con los procesos que reducen el patrimonio natural (consumo de no renovables, destrucción de hábitats, etc). La idea de Daly y Cobb es que, como consecuencia de esas distorsiones, el PIB no sólo es un indicador deficiente del bienestar, sino que puede resultar del todo engañoso en la medida en que, a partir de un determinado umbral, como consecuencia del incremento no registrado de sus costes sociales y ambientales, más crecimiento puede no comportar un mayor bienestar, sino menos. Más allá de ese umbral -que establecería también la escala óptima de la economía-, el crecimiento se volvería literalmente antieconómico. Con la finalidad de hacer operativa su idea, elaboraron un indicador agregado, el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES). Una versión actualizada del mismo es el denominado Indicador de Progreso Genuino (IPG). El IPG se calcula a partir del componente de consumo personal del PIB corregido en función de la desigualdad en la distribución de la renta, sumándole un valor monetario imputado para el trabajo no remunerado y los servicios de las infraestructuras y los bienes duraderos y, por último, deduciendo los valores monetarios imputados de diversos costes sociales y ambientales.
Podéis ampliar la información y encontrar otras propuestas de valoración de los servicios prestados por los ecosistemas por ejemplo en esta Guía metodológica de Diseño de indicadores compuestos de desarrollo sostenible
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